Hume, pensamiento filosofico, politico y economico
Aunque Hume escribió sus obras en el siglo XVIII, su trabajo sigue siendo relevante en las disputas filosóficas de la actualidad, lo que contrasta con las aportaciones de muchos de sus contemporáneos. A continuación se ofrece un sumario de sus trabajos filosóficos más influyentes:
Ideas e impresiones
Hume cree que todo el conocimiento humano proviene de los sentidos. Nuestras percepciones, como él las llamaba, pueden dividirse en dos categorías: ideas e impresiones. Así define estos términos en Investigación sobre el entendimiento humano: «Con el término impresión me refiero a nuestras más vívidas impresiones, cuando oímos, o vemos, o sentimos, o amamos, u odiamos, o deseamos. Y las impresiones se distinguen de las ideas, que son impresiones menos vívidas de las que somos conscientes cuando reflexionamos sobre alguna de las sensaciones anteriormente mencionadas». Más adelante precisa el concepto de las ideas, al decir «Una proposición que no parece admitir muchas disputas es que todas nuestras ideas no son nada excepto copias de nuestras impresiones, o, en otras palabras, que nos resulta imposible pensar en nada que no hayamos sentido con anterioridad, mediante nuestros sentidos externos o internos». Esto constituye un aspecto importante del escepticismo de Hume, en cuanto equivale a decir que no podemos tener la certeza de que una cosa, como Dios, el alma o el yo, exista a menos que podamos señalar la impresión de la cual,esa idea, se deriva.
El problema de la causalidad
Cuando un acontecimiento continuamente sucede tras otro, la mayoría de la gente piensa que una conexión entre ambos acontecimientos hace que el segundo suceda al primero (post hoc ergo propter hoc). Hume desafió a esta creencia en su primer libro Tratado de la naturaleza humana y más tarde en su Investigación sobre el entendimiento humano. Se dio cuenta de que aunque percibimos que un elemento suceda al otro, no percibimos ninguna condición necesaria y suficiente entre los dos. Y, de acuerdo con su epistemologia escéptica, sólo podemos confiar en el conocimiento que adquirimos a través de nuestras percepciones. Hume declaró que nuestra idea de causalidad consiste en poco más que la esperanza de que ciertos acontecimientos se den tras otros que los preceden.«No tenemos otra noción de causa y efecto, excepto que ciertos objetos siempre han coincidido, y que en sus apariciones pasadas se han mostrado inseparables. No podemos penetrar en la razón de la conjunción. Sólo observamos la cosa en sí misma, y siempre se da que la constante conjunción de los objetos adquiere la unión en la imaginación»(Hume, 1740: 93). En realidad no podemos decir que un acontecimiento causó al otro. Todo lo que sabemos es con seguridad que un acontecimiento está correlacionado con el otro. Para describir esto, acuñó el término conjunción constante. Que consiste en que cuando vemos cómo un acontecimiento siempre causa otro lo que en realidad estamos viendo es que un acontecimiento ha estado siempre en conjunción constante con el otro. En consecuencia, no tenemos ninguna razón para creer que el primero causó al segundo, o que continuarán apareciendo siempre en conjunción constante en el futuro (Popkin y Stroll, 1993: 268). La razón por la que presentamos este comportamiento no es que la causa-efecto sea el comportamiento de la naturaleza, sino los hábitos de la psicología humana (Popkin y Stroll, 1993: 272).
Esta concepción le quita toda la fuerza a la causación, y otros humeanos posteriores, como Bertrand Russell han deshechado la misma noción de causación aduciendo que es un tipo de superstición. Pero esto desafía al sentido común, creando el problema de la causación – ¿Qué justifica nuestra confianza en la existencia de una conexión causal y de qué clase de conexión podemos saber? – un problema para el que no se ha encontrado solución. Hume sostuvo que tanto nosotros como otros animales tenemos una tendencia instintiva a creer en la causación debido al desarrollo de hábitos de nuestro sistema nervioso, una creencia que no podemos eliminar, pero que no podemos probar mediante ningún argumento, deductivo o inductivo.
El problema de la inducción
En Investigación sobre el entendimiento humano (EHU), §4.1.20-27, §4.2.28-33.,[2] Hume articuló su tesis de que todo el razonamiento humano pertenece a dos clases, Relaciones de ideas y Hechos. Mientras que las primeras involucran conceptos abstractos como las matemáticas y están gobernadas por las certezas deductivas, los segundos comportan la experiencia empírica donde todos los razonamientos son inductivos. Dado que de acuerdo con Hume no podemos conocer nada de la naturaleza con anterioridad a la experimentación, incluso un hombre racional sin experiencia «no podría haber inferido de la transparencia y la fluidez del agua que sofocaría su sed, o a partir de la luz y el calor del fuego que le consumiría»(EHU, 4.1.6) Así que todo lo que podemos decir, pensar o predecir de la naturaleza debe venir de la experiencia previa, lo que lleva a la necesidad de la inducción.
La inferencia inductiva presupone que se puede confiar en los actos pasados como regla a partir de la que se puede predecir el futuro. Por ejemplo, si en el pasado ha llovido el 60% del tiempo cuando se dan unas condiciones atmosféricas determinadas, entonces en el futuro probablemente lloverá un 60% del tiempo si se dan las mismas condiciones. Pero aún queda el problema de cómo justificar tal inferencia, conocida como el principio de inducción. Hume sugirió dos posibles justificaciones, que sin embargo rechazó:
La primera justificación descansa en la suposición, tomada como una necesidad lógica, de que el futuro debe de parecerse al pasado. Pero Hume puntualiza que podemos concebir un mundo caótico y errante en el que el futuro no tiene nada que ver con el pasado – o un mundo como el nuestro hasta el presente, que llegado a un punto cambia totalmente. Así que nada hace que el principio de inducción sea una necesidad lógica.
La segunda justificación, más modesta, apela a los éxitos anteriores de la inducción – en el pasado ha funcionado en la mayoría de las ocasiones, así que probablemente seguirá haciéndolo en el futuro. Pero, como Hume comenta, esta justificación hace uso del razonamiento circular en un intento de justificar la inducción mediante la reiteración, lo que nos devuelve al punto de partida.
El notable filósofo del siglo XX Bertrand Russell, confirmó y elaboró el análisis de Hume del problema en su trabajo Los problemas de la filosofía, capítulo 6.[3]
A pesar de la crítica de Hume a la inducción, sostuvo que era superior a la deducción en el reino del pensamiento empírico. Tal y como declara: «esta operación de la mente, por la que podemos inferir los efectos de las causas y viceversa, es esencial para la subsistencia de todas las criaturas humanas, es probable que pueda confiarse más en ella que en las falacias de la deducción de nuestra razón, que es lenta en sus operaciones; no aparece en los primeros años de la infancia; y como mucho es, en cualquier edad y periodo de la vida humana, extremadamente proclive al error».(EHU, 5.2.22)
La teoría del yo
Tendemos a pensar que somos la misma persona que hace cinco años, aunque hemos cambiado en muchos aspectos. Podríamos empezar a pensar qué características han cambiado sin que cambie el yo. Hume, sin embargo, niega que haya una distinción entre las diferentes características de una persona y el misterioso yo que supuestamente las lleva puestas. Después de todo, como puntualizó Hume, cuando se experimenta con la introspección, se descubren pensamientos, sentimientos y percepciones, pero nunca se percibe ninguna sustancia que se pueda llamar “el yo”. Así que Hume llega a la conclusión de que no hay nada que se pueda llamar yo, aparte de una gran y efímera colección de percepciones.
Si las ideas estuvieran sueltas e inconexas sólo el azar podría unirlas, y es imposible que las mismas ideas formaran regularmente otras más complejas (cosa que hacen habitualmente) sin una cierta unión entre ellas, alguna cualidad asociativa por la cual una idea introduce naturalmente otra. [...] Está claro que en el transcurso del pensamiento y en la constante revolución de nuestras ideas, nuestra imaginación salta fácilmente de una idea a otra que se le parece, y que esta sola cualidad es un enlace suficiente para la imaginación. Resulta también evidente que los sentidos, al cambiar sus objetos, necesitan cambiarlos regularmente, y tomarlos como si estuvieran contiguos unos a los otros, la imaginación debe de acostumbrarse a adquirir el mismo método de pensamiento, y saltar por las partes del espacio y el tiempo al concebirlas como sus objetos.[4]
Según Hume, tales percepciones no pertenecen a nada. En lugar de eso, Hume compara el alma con una mancomunidad, que retiene su identidad no a causa de alguna única substancia, sino por estar compuesta de muchos elementos diferentes, relacionados y en constante cambio. La cuestión de la identidad personal pasa a ser una cuestión de caracterizar la cohesión de la experiencia personal de cada uno. En el apéndice del Tratado, Hume sin embargo dijo que no estaba satisfecho con esta explicación del yo, pero nunca volvería a tratar el asunto.
Razón práctica: instrumentalismo y nihilismo
La mayoría de las personas consideran algunas conductas más razonables que otras. Por ejemplo, comer papel de aluminio parece irracional. Pero Hume negó que la razón tuviera un papel importante cara a motivar o desalentar la conducta. Según él, la razón no es más que una calculadora de conceptos y experiencia. Lo que en definitiva importa es como nos sentimos respecto a la conducta. Su trabajo se asocia con la doctrina del instrumentalismo, que dice que una acción es razonable si y sólo sí sirve para alcanzar las propios deseos, sean los que sean. La razón puede participar solamente informando acerca de las acciones que serán más útiles para alcanzar las metas y deseos, pero nunca dirá qué metas y deseos se deben de tener. Así que si alguien quiere ingerir papel de aluminio la razón dirá dónde encontrarlo, y no hay nada irracional en el hecho de comerlo o en querer hacerlo (a menos que se tenga un deseo más fuerte de conservar la salud). Hoy en día, sin embargo, se aduce que Hume fue un paso más allá adentrándose en el nihilismo, pues dijo que no había nada irracional en frustrar los propios deseos y metas. Tal conducta sería anormal, pero no sería contraria a la razón.
Ética
Hume trató la ética por primera vez en Tratado de la naturaleza humana. Más tarde extrajo y extrapoló las ideas allí propuestas en un ensayo más corto titulado Investigación sobre los principios de la moral. La aproximación de Hume a los problemas morales es fundamentalmente empírica. En lugar de decir cómo debería de operar la moral, expone cómo realizamos los juicios morales. Tras proporcionar varios ejemplos llega a la conclusión de que la mayoría (si no todas) de las conductas que aprobamos lo hacemos para incrementar la utilidad pública. Sin embargo, al contrario que el también empirista Thomas Hobbes, Hume declara que no sólo realizamos juicios morales teniendo en cuenta nuestro propio interés, sino también el de nuestros conciudadanos. Hume defiende esta teoría de la moral al asegurar que nunca podemos realizar juicios morales basándonos únicamente en la razón. Nuestra razón trata con hechos y extrae conclusiones a partir de ellos, pero no nos puede llevar a elegir una opción sobre otra; sólo los sentimientos pueden hacerlo. Este argumento contra la moral fundamentada en la razón forma parte hoy en día de los argumentos antirrealistas.
Por tanto, Hume niega la existencia de una "razón práctica" y la posibilidad de una fundamentación racional de la ética. El objeto de la moral (pasiones, voliciones y acciones) no es susceptible de ese acuerdo o desacuerdo entre las ideas sobre las que se basan lo verdadero y lo falso. Si la razón no puede ser la fuente del juicio de valor, habrá que buscarlo en el sentimiento, que surge espontáneo en nosotros ante acciones susceptibles de lo que consideramos valoración moral. El análisis de este sentimiento revela que es una forma de placer o de "gusto". Ello le lleva a excluir de la moral todo rastro de austero moralismo o de mortificación del alma o del cuerpo, porque el fin de la moral es la felicidad y el gozo de vivir del mayor número de hombres posible.
Igualmente duro se muestra Hume ante el problema religioso. Menoscaba la pretensión de las pruebas de la existencia de Dios, y niega su existencia apelando al problema del mal en el mundo. La religión tiene su origen en el sentimiento de miedo de la gente y en la ignorancia de las causas de los eventos terribles de la naturaleza. En su libro Historia natural de la religión, defiende una evolución a partir del politeísmo, hasta llegar a la idea abstracta de la divinidad propia de las religiones monoteístas.
Determinismo y libre albedrío
Muchos han advertido el conflicto aparente entre el libre albedrío y el determinismo – si las acciones que se realizan estaban predeterminadas desde hace miles de millones de años, entonces ¿Cómo es que podemos decidir? Pero Hume advirtió otro conflicto, al ver el problema desde la perspectiva contraria: el libre albedrío es incompatible con el indeterminismo. Si las acciones realizadas no están determinadas por los acontecimientos anteriores entonces las acciones son completamente aleatorias. Además, y de más importancia para la filosofía humana, no están determinadas por el carácter o la personalidad – los deseos, las preferencias, los valores, etc. Pero, ¿Cómo podría ser alguien responsable de una acción que no es consecuencia de su carácter, sino que ocurre de forma aleatoria? El libre albedrío parece necesitar del determinismo, porque de lo contrario el agente y la acción no estarían conectados. Así que, mientras que el libre albedrío parece contradecir al determinismo, al mismo tiempo necesita del determinismo. La concepción de Hume de la conducta humana tiene causas, y por lo tanto al hacer a las personas responsables por sus acciones se debería intentar recompensarlas o castigarlas de tal forma que intentaran hacer lo que es moralmente deseable e intentaran evitar hacer lo que es moralmente indeseable.
El problema del ser y el deber ser
Hume se percató de que muchos escritores hablaban sobre lo que debería ser partiendo de la base de lo que es; pero hay una gran diferencia entre las proposiciones descriptivas (lo que es) y las prescriptivas (lo que debe ser) (ver libro III, parte I, sección I del Tratado de la naturaleza humana). Hume pide a los escritores que se pongan en guardia ante estos cambios sin aportar explicaciones acerca de como se supone que las proposiciones prescriptivas deben de seguirse de las declarativas. La cuestión de ¿con qué exactitud se puede derivar el 'deber' del 'ser'? ha llegado a ser una de las cuestiones centrales de la teoría ética, y a Hume se le adjudica normalmente la opinión de que tal derivación es imposible (otros interpretan que Hume no dijo que una aserción fáctica no puede devenir en una aserción ética, sino que no podía hacerse sin prestar atención a los sentimientos humanos). Hume es probablemente uno de los primeros escritores que realizó una distinción entre lo normativo (lo que debería ser) y lo positivo (lo que es). G. E. Moore defendió una posición similar con su argumento de la pregunta abierta, en un intento de refutar cualquier identificación entre las propiedades morales y las naturales—la llamada falacia naturalista.
Utilitarismo
Hume, junto con los demás miembros de la ilustración escocesa, fue probablemente el primero en proponer que la razón de los principios morales puede buscarse en la utilidad que tratan de promover. El papel de Hume, sin embargo, no debe de sobreestimarse; fue Francis Hutcheson el que acuñó el lema del utilitarismo: «la mayor felicidad para el mayor número». Pero fue tras leer el Tratado de Hume cuando Jeremy Bentham sintió por primera vez la fuerza del sistema utilitario. Sin embargo, el proto-utilitarmismo de Hume es peculiar. No cree que la adición de unidades de utilidad proporcione la forma de llegar a la verdad moral. Al contrario, Hume era un sentimentalista moral y, como tal, pensaba que los principios morales no podían justificarse intelectualmente.
Algunos principios simplemente nos parecen mejores que otros; y la razón de por qué los principios utilitarios nos parecen mejores es porque favorecen nuestros intereses y los de nuestros coetáneos, con los que simpatizamos. Los seres humanos están fuertemente predispuestos a aprobar normas que promuevan la utilidad pública de la sociedad. Hume usó esta idea para explicar cómo evaluamos un amplio abanico de fenómenos, desde las instituciones sociales y políticas gubernamentales a los rasgos de la personalidad.
El problema de los milagros
Para Hume, el único apoyo de la religión más allá del estricto fideísmo son milagros, pero añadió que no eran gran cosa. Dio muchos argumentos, todos a partir de su concepción de milagro: una violación de las leyes de la naturaleza. Su definición exacta de milagro se puede encontrar en su Investigación sobre el entendimiento humano, donde dice que los milagros son violaciones de las leyes naturales y por tanto son muy improbables. Se ha criticado esta idea mediante el contraargumento de que tal dictado asume el carácter de los milagros y las leyes de la naturaleza antes de examinar los milagros, lo que es una sutil forma de dar por sentada la conclusión. También puntualizaron que este razonamiento apela a la inferencia inductiva, problemática en la filosofía humana, pues nadie ha observado todos los acontecimientos de la naturaleza ni examinado todos los posibles milagros (por ejemplo, los que no han sucedido todavía). Otra oposición a este argumento parte de que el testimonio humano nunca puede ser suficientemente digno de confianza para contradecir la evidencia de las leyes de la naturaleza. Este punto de vista se ha aplicado a la cuestión de la resurrección de Jesús, respecto a la que Hume no dudó en preguntar, ¿Qué es más probable – que un hombre ascienda de entre los muertos o que el testimonio esté, de alguna forma, errado?. Esta pregunta es similar a la navaja de Occam. Este argumento es la espina dorsal del movimiento escéptico y todavía constituye un problema para los historiadores de la religión.
El argumento del diseñador
Uno de los argumentos más antiguos y utilizados para demostrar la existencia de Dios es el argumento teleológico – que todo el orden y el propósito es un indicio de su origen divino. Hume hizo la crítica clásica a este argumento en Diálogos sobre religión y en Investigación sobre el entendimiento humano y, aunque el asunto está lejos de estar resuelto, muchos creen que Hume refutó el argumento con éxito. Su argumentación se sostiene en que:
Para que el argumento sea cierto, debe de ser verdadero que el orden y el propósito se observen cuando resulten de un diseño. Pero se puede observar el orden con frecuencia en procesos carentes de planificación como la cristalización. El diseño sólo es causante de una minúscula parte de nuestra experiencia. Además, el argumento del diseñador se basa en una analogía incompleta: dada nuestra experiencia con los objetos, podemos reconocer los diseñados por el hombre, comparando por ejemplo un montón de piedra con una pared. Pero para reconocer un universo diseñado necesitamos conocer una variedad de universos diferentes. Como sólo podemos conocer uno, la analogía no puede aplicarse.
Incluso si el argumento fuera perfectamente válido, no podría establecer un teísmo robusto; pues se puede llegar fácilmente a la conclusión de que la configuración del universo es el resultado de un agente o agentes no inteligentes cuyos métodos sólo tienen una remota similitud con el diseño humano.
Si un mundo natural ordenado necesita de un diseñador, entonces la mente de Dios (que es ordenada) también necesita un diseñador. Entonces, este diseñador necesita de otro diseñador, y así ad infinitum. Se podría responder apelando a una inexplicablemente mente divina auto-ordenada; pero entonces ¿por qué no contentarse con un inexplicablemente auto-ordenado mundo?
A menudo, cuando se trata del propósito, cuando parece que el objeto X tiene la característica C para poder lograr la recompensa O, se puede explicar mejor mediante un filtrado: es decir, el objeto X no existiría si no tuviese la característica C, y la recompensa O sólo es una proyección de las metas humanas en la naturaleza. Esta explicación de la teleología anticipó la idea de selección natural.
Pensamiento político
Según David Hume "toda ciencia social debe comenzar por la ciencia del hombre" Es decir, a la hora de adoptar un sistema social y político se debe tener en cuenta a la naturaleza humana. Por eso los sistemas totalitarios fracasan más tarde o temprano, pudiendo mantener cierta vigencia a través de la represión. Además según Hume "la naturaleza humana es única e inmutable" por lo tanto la idea de que la naturaleza humana es maleable y a través de la acción (o mejor dicho coerción) estatal se puede crear un hombre nuevo, es un absurdo.
Pongamos ejemplos prácticos: no se le puede pedir a hombre que renuncie a su libertad y a ser dueño de su destino (por supuesto en la medida de sus posibilidades)
No se le puede pedir al hombre que renuncie a la propiedad por el adquirida de modo legítimo.
No se puede pedir al hombre que de todo de si, sin ningún tipo de incentivos. Todo ello es contrario a la naturaleza del hombre, el fracaso es inevitable.
Otro aporte de Hume es la teoría del estado.
Hume era un liberal clásico como Locke, pero justificaba la existencia del estado con otros argumentos. Locke era contractualista, según el estado surge de un "contrato social" luego de ver los hombres el inconveniente que implicaba vivir en un estado de naturaleza. Para Hume esto es una ficción, un mero postulado que se da por cierto. Hume justifica la existencia del estado en la "convención" la convención es distinta al contrato. Consistiría en el actuar conjunto de los hombres en un mismo sentido, con el fin de obtener una utilidad que se da por sabida, sin mediar palabra de por medio. Ejemplo: personas luego de naufragar en un barco y ya en el bote salvavidas, empiezan a remar a la costa para salvar sus vidas, sin que haya mediado palabra o contrato de por medio.
En este mismo sentido, la obediencia al estado surge de utilidad que reporta para la protección de la propiedad y la consecuente administración de la justicia. Por lo tanto según Hume, cesa el deber de obediencia cuando el estado no cumple dichas funciones. Es decir que no es necesario llegar a una situación de despotismo para que cese el deber de obediencia, la sola inoperancia es justificativo suficiente. Creo que la Argentina hemos superado ese punto, no solo el estado no protege la propiedad sino que además la viola, no solo no da justicia, sino que utiliza al poder judicial para hacer persecución ideológica..
Pensamiento Económico.
En el transcurso de sus argumentaciones políticas, Hume desarrolló muchas ideas que gozan de prevalencia en la economía, principalmente acerca de la propiedad intelectual, la inflación y el comercio exterior.
La concepción humana de la propiedad privada es que la propiedad privada no es un derecho natural, pero se justifica porque es un bien limitado. Si todos los bienes fueran ilimitados y estuvieran disponibles, entonces la propiedad privada no tendría sentido. Hume creía en la distribución desigual de la propiedad, dado que la igualdad perfecta destruiría las ideas de industria y el ahorro, lo que llevaría al empobrecimiento.
Hume se cuenta entre los primeros que desarrollaron un flujo precio-especie automático, una idea que contrasta con el sistema mercantil. Expuesto en una forma simplificada, cuando un país incrementa sus flujos entrantes de oro, esto resulta en una inflación de precios, que dejará sin comerciar a países que lo habrían hecho de no haber dicha inflación. Esto redunda en un decremento del flujo entrante de oro a largo plazo.
Hume también propuso una teoría de la inflación beneficiosa. Creía que incrementar el suministro de dinero avivaría la producción a corto plazo. Este fenómeno estaría ocasionado por un margen entre el incremento del suministro de dinero y los precios. El resultado es que los precios no se elevarían a corto plazo y puede que no lo hicieran nunca. Esta teoría se desarrolló más tarde por John Maynard Keynes.
Tanto los fisiócratas como Hume estaban adheridos al individualismo y al liberalismo económico aunque las filosofías en que basaban su respectiva adhesión a estos principios eran completamente diferentes.
Los fisiócratas postulaban un orden del mundo providencial, armonioso, inmutable y beneficioso. Para Hume todo esto eran cosas que estaban más allá del conocimiento humano y su punto de partida, a diferencia del de los fisiócratas, era más bien la naturaleza del hombre que la naturaleza de mundo. Hay también una profunda diferencia entre los métodos de Hume y los de los fisiócratas. Los fisiócratas eran racionalistas que querían encontrar verdades evidentes, más a la luz de la razón, que con la ayuda de la experiencia. Hume, por el contrario, era un empírico que practicaba el método de la observación. Era consciente de que las oportunidades para realizar experimentos genuinos eran muy limitadas dentro del ámbito de las ciencias sociales y confió por esto en la introspección y en las lecciones de la historia.
La investigación histórica podía poner de manifiesto ciertas regularidades en las que basar una ciencia de la política y de la economía. Sus hallazgos, que reflejan la variedad de las experiencias humanas, tenían por ello mucho más el carácter de tanteos que de verdades pretendidamente inmutables, como las que los fisiócratas aseguraban poseer. El método científico moderno, que considera que la verdad científica es más bien un proceso que un dogma inmutable, tiene en Hume su precursor. Hume fue también el primero que hizo una aguda distinción entre lo que es y lo que debería ser, es decir, entre las afirmaciones positivas y las normativas, distinción ésta que había de llegar a ser algo fundamental en las modernas ciencias sociales.
Tanto los fisiócratas como Hume eran utilitarios, es decir, igualaban lo útil a lo bueno. Para Quesnay, la ley moral exige la adhesión a un orden natural que, «"forma evidente, es el más ventajoso para la humanidad". La justicia de este orden procede de su utilidad, y sus atributos inmutables son los derechos naturales a la libertad individual y a la propiedad privada. Hume, por el contrario, no creía en los derechos naturales y, en lugar del utilitarismo dogmático de los fisiócratas, era partidario de un utilitarismo empírico.
La propiedad privada merece ser apoyada porque es socialmente útil bajo las condiciones existentes, es decir, cuando los bienes son escasos y los hombres ponen sus propios intereses por encima de los intereses de los demás. Si estas circunstancias fueran diferentes, por ejemplo, si se pudiera disponer libremente de todas las cosas en cantidades ilimitadas o si todos los hombres se preocuparan por los demás tanto como por sí mismos, la utilidad social, y con ella la justificación de la propiedad privada, desaparecerían y ésta se convertiría en un «vano ceremonial».
Al igual que los fisiócratas, Hume apoya también la distribución desigual de la propiedad, aunque lo hace en el curso de una prolongada discusión en la que la utilidad es utilizada, una vez más, como criterio preponderante. La igualdad perfecta puede parecer algo "muy útil", ya que, cuando nos apartamos de ella, "quitamos al pobre más satisfacción de la que le damos al rico" Sin embargo, el coste social de la igualdad perfecta sería prohibitivo, ya que ello destruiría la laboriosidad y el ahorro y conduciría, por tanto, a un empobrecimiento general. Las consecuencias de la igualdad perfecta serían desastrosas, ya que de ello se seguiría la tiranía o la anarquía: la tiranía si el gobierno hubiera de mantenerla y la anarquía si la nivelación de la propiedad hubiera de demoler la base del poder político. Estos pensamientos van unidos, sin embargo, con un ruego a favor de la difusión de la riqueza. Cada persona debería disfrutar, si ello fuera posible, de los frutos de su propio trabajo. Tal igualdad «es más conveniente a la naturaleza humana y proporcionará mayor fuerza al estado, al permitir una amplia dispersión de la carga tributaria.
Hume se interesó sobre las motivaciones psicológicas de las actividades económicas. Sin ser un hedonista que lo explicara todo en función del deseo de placer, describe a los hombres como seres que buscan una mezcla, proporcionada y personal, de acción, placer y ociosidad. Los frutos de su trabajo satisfacen su deseo de placer pero el trabajo en si mismo va también al encuentro de su deseo de acción. A diferencia de los escritores clásicos posteriores, Hume no define al trabajo como algo esencialmente doloroso e incómodo, sino que encuentra en él elementos de diversión y de espíritu deportivo. Como él mismo dice: «No hay en la mente humana ningún anhelo o deseo más constante e invariable que el de ejercicio u ocupación y es este deseo, según parece, la base de la mayoría de nuestras pasiones y proyectos». En otro momento afirma: «Todo se compra en el mundo mediante el trabajo y son nuestras pasiones las únicas causas de éste».
La historia es, junto a la psicología, la estrella que guía las investigaciones económicas de Hume. La historia está repleta de infinitas variedades de la experiencia humana pero contiene también elementos de constancia y regularidad. Las sociedades económicas surgen como resultado de un proceso de evolución, que les da unas características únicas, junto a otras que son comunes a todas las sociedades.
El pensamiento económico de Hume, al tener sus raíces en la historia, es esencialmente dinámico y hay cierta afinidad entre su economía política y la importancia que se da hoy en día al desarrollo y al crecimiento económico. La historia es cambio y la observación de éste puede abrir perspectivas que estarían cerradas a el que observara sólo unas condiciones estáticas. No es, según esto, sorprendente que fuera un escritor de mente histórica como Hume uno de los primeros en desarrollar una forma convincente de la teoría de la circulación automática de efectivo. Si el país A gana dinero en efectivo como consecuencia de una balanza comercial favorable, su nivel de precios se elevará, mientras en el país B, que ha perdido numerario debido a su balanza comercial desfavorable, ocurrirá exactamente lo contrario. En A, los precios son ahora demasiado altos para permitir que el país mantenga inalteradas sus exportaciones. El alto nivel de precios de A atraerá las importaciones, al mismo tiempo que reducirá las exportaciones. En B ocurrirá lo contrario y habrá una inversión del movimiento de metal que volverá nuevamente a B.
Hume, a diferencia de los mercantilistas, no consideraba que el comercio exterior fuera una invención estratégica para producir dinero; tampoco estaba de acuerdo con los fisiócratas en qué dicho comercio fuera un mal necesario. En su lugar, resaltó el papel representado por el comercio exterior como promotor del desarrollo económico de un país. Observando más los procesos evolutivos que los equilibrios momentáneos, pone de manifiesto la función educativa del comercio extranjero, que hace que los hombres conozcan «los placeres del lujo y las ganancias del comercio», llevándolos a «posteriores mejoras de todas las ramas del comercio, tanto exterior como interior». Ésta es quizá la principal ventaja del comercio exterior. Saca a los hombres de su indolencia y, al presentarles a esa parte más alegre y opulenta de la población que posee objetos de lujo, en los que ellos no habían podido ni soñar, hace surgir el deseo de una forma de vida más espléndida de la que disfrutaron sus antepasados. Al mismo tiempo, los pocos mercaderes que poseen el secreto de esta exportación e importación obtienen enormes ganancias y rivalizan en riqueza con la antigua nobleza, emprendiendo otras aventuras para convertirse en sus rivales en el comercio. La limitación difunde pronto todo ello; las manufacturas del país emulan a las extranjeras en sus perfeccionamientos y todas las mercancías se realizan con la máxima perfección, dentro de lo posible.
Una vez que el comercio exterior haya cumplido su función educadora, se liberarán los recursos a él dedicados, desviándolos hacia la producción de mercancías para uso interior. Como indican todas estas observaciones, el análisis que hace Hume de la importancia del comercio exterior para el desarrollo económico asigna un peso considerable a factores del tipo del efecto demostración a la aparición de la clase media y a la consiguiente reducción del comercio exterior respecto al sector interior de la economía. El cuadro que Hume nos pinta no es, en forma alguna, irreal, sino que puede contemplarse en la historia de muchos países subdesarrollados.
A diferencia de los mercantilistas, Hume no considera que el volumen comercial sea algo fijo. Para él, el comercio exterior no es tampoco una especie de guerra económica en la que sólo puede conseguirse la expansión de las exportaciones de un país a costa de la disminución de las exportaciones de otro. En vez de considerar que la ganancia de un país lleva consigo necesariamente el empobrecimiento de sus vecinos, sostiene el criterio contrario. Ni los individuos ni las naciones tienen por qué temer la prosperidad de sus vecinos, pues el pertenecer a una comunidad próspera no puede por menos de redundar en beneficio de todos.
Las riquezas de los distintos miembros de la comunidad contribuyen a incrementar mis propias riquezas, sea cual fuere la profesión que yo ejerza. Ellos consumen los productos de mi trabajo permitiendo con ello que yo, a mi vez, pueda consumir sus productos como pago. Ningún estado debe tampoco mirar con recelo el que sus vecinos mejoren los oficios y manufacturas, ni temer que estos perfeccionamientos lleguen a un grado en que cese la demanda de sus propios productos.
Con tal que un país se mantenga «laborioso y civilizado», dicha contingencia estará descartada debido a la diversidad de las fuentes de riqueza mundiales. Cuanto más rápido sea el crecimiento económico de un país, mayor será su demanda de productos de sus vecinos. Concluye Hume sus observaciones con estas famosas palabras: «Yo me aventuro a poner en conocimiento de todos que, no sólo como hombre, sino también como súbdito inglés, hago votos por el florecimiento del comercio de Alemania, España, Italia e incluso por el de la misma Francia».
Bajo este punto de vista optimista y cosmopolita, los intereses económicos de los diferentes países son tan compatibles entre si como los intereses económicos de los individuos. La caída de la demanda extranjera de un determinado producto no tiene por qué ser algo fatal; si los recursos de un país son versátiles y si dicho país es eficaz y emprendedor, desviará «fácilmente» sus recursos hacia la producción de otros bienes que el comercio exterior pueda absorber con mayor facilidad. Por muy armonioso que pueda ser este criterio sobre el orden económico internacional, el realismo de Hume le impide cerrar los ojos completamente a la posibilidad de conflictos económicos producidos por incompatibilidades en los intereses económicos nacionales.
En el largo acontecer de la historia, «una feliz concurrencia de causas» hace que sea muy poco probable el que una nación que mantiene una posición comercial preponderante pueda conservar para siempre dicha posición privilegiada. Para demostrarlo, Hume establece lo que podríamos llamar una ley de la migración de la oportunidad económica, según la cual el desarrollo de un país se detiene o modera al mismo tiempo que se abren oportunidades para el desarrollo de otros. Una vez que un país se ha hecho comercialmente próspero, su nivel de precios será desfavorable si se le compara con «el bajo precio del trabajo en otros países que no tienen un comercio de tal volumen y en los que no abunda tanto el oro y la plata». Esta disparidad hace posible una difusión de las oportunidades económicas, y es causa quizá de paralización en un país y de expansión en el otro. Como dice el mismo Hume, las manufacturas «se van desplazando gradualmente, abandonando aquellos países a los que ya han enriquecido y volando hacia otros, a los que son atraídos por los bajos precios de las provisiones y del trabajo; cuando hayan también enriquecido a estos países, serán deportados de nuevo y por las mismas causas».
La teoría de Hume sobre el desplazamiento del centro del poder económico regional y global redondea sus contribuciones a la economía política internacional. Está atestiguada por la experiencia histórica, de Inglaterra y de la Nueva Inglaterra o por los movimientos de la industria nacional o internacional como, por ejemplo, en el caso de la industria textil. La teoría de Hume sobre el crecimiento y la decadencia relativa de las economías regionales y nacionales puede completarse mediante su punto de vista acerca de la importancia del efecto demostración en el plano internacional, o sea, la influencia de unas culturas sobre otras. En un círculo contínuo de crecimiento y decadencia surge, sobre los hombros de un pionero, un innovador que, según la posterior interpretación de Veblen, hace que el pionero pague «el castigo por haber sido arrojado a la primera fila, mostrando así el camino». El análisis de Veblen sobre este asunto es mucho más elaborado e incluye consideraciones a otros factores distintos a las diferencias de los precios internacionales. Sin embargo, incluso estos otros factores pueden reducirse a la postre a diferencias en costes y precios. La forma en que Veblen aborda el tema es también, como la de Hume, dinámica y demuestra la afinidad existente entre ambos pensadores, tanto en cuanto al tema escogido, como al método utilizado para su tratamiento.
Entre las aportaciones de Hume a la economía interior, está su teoría del interés, su discusión sobre los empréstitos y su famosa teoría de la inflación beneficiosa. Si nos limitáramos a exponer los resultados finales de su pensamiento, no le haríamos plena justicia, ya que Hume no da respuestas terminantes a los problemas, sino que desarrolla unos argumentos ricos en implicaciones históricas, en los que el tema estudiado aparece más como una categoría histórica que como una entidad abstracta, no enclavada en un determinado tiempo y lugar. Este relativismo hace que algunas de sus proposiciones parezcan ambivalentes o incluso inconscientes y ello sería quizás el principal obstáculo para cualquier intento que quisiera hacerse de sistematizar su pensamiento. Tal intento estaría en realidad fuera de lugar, porque Hume no pretendió construir un sistema abstracto de principios económicos; su economía es, por el contrario, como una ampliación y un ejemplo de sus ideas del hombre como ente social y una aplicación complementaria de su método empírico, basado en la psicología y en la historia.
La argumentación de Hume se presenta con frecuencia como si fuera una elaboración de la teoría cuantitativa del dinero; Hume se adhiere aparentemente a ello, pero la utiliza en realidad como pretexto para exponer sus ideas acerca de la importancia de las variaciones de las instituciones económicas. «La cantidad absoluta de metales preciosos -afirma-, es un asunto casi indiferente. Hay sólo dos circunstancias que tienen una cierta importancia y son su incremento gradual y su cabal difusión y circulación por todo el estado. » Es una falacia atribuir a los factores monetarios consecuencias que son realmente el resultado de «variaciones en las formas y costumbres de las gentes».
La teoría monetaria del interés mantenida por los mercantilistas, que dice que el tipo de interés es inversamente proporcional a la oferta de dinero, es un ejemplo de dicho tipo de falacia. En lugar de ello, el tipo de interés reflejará la oferta y la demanda de capital real, factores éstos, a su vez, que dependen de los «hábitos y formas de vida de la gente». Así, en una nación agrícola, el tipo de interés será alto debido a que la demanda -ociosa, y buscadora de placer- de préstamos de los señores, encontrará sólo una débil oferta. No hay una clase ahorradora o capitalista y no hay fondos acumulados para ser prestados, porque todo el dinero que entra « es disipado por los pródigos señores con tanta rapidez como lo reciben y la mísera clase campesina no tiene ni medios ni perspectivas ni ambición para obtener algo más que su simple manutención». El tipo de interés bajará conforme vaya avanzando el desarrollo económico, debido a que surgirá una nueva clase de comerciantes e industriales que adquirirá «pasión» por los beneficios y practicará la frugalidad, haciendo que «el amor por las ganancias prevalezca sobre el amor por el placer». Al irse acumulando capital, su «abundancia hará disminuir el precio del mismo» y descenderán tanto los beneficios, como el interés.
La relación entre el tipo de interés y el tanto por ciento de beneficio no es una relación causal en el sentido de que un bajo tipo de interés sea la causa de unos beneficios bajos o viceversa. Ambos reflejan el nivel de desarrollo económico y su relación es de mutua interdependencia, si bien ésta es más bien funcional que causal. Este aserto de Hume anuncia la mayor importancia que la ciencia económica iba a dar posteriormente a las relaciones funcionales, sobre las causales; esto había de verse en el siglo XIX en los escritos de Cournot pero no había de hacerse común hasta el siglo XX. Tanto en su Tratado como en sus ensayos, Hume presta atención a las dificultades que entraña la interpretación de una situación en la que «concurren una multitud de causas»; en el Tratado, va tan lejos como para afirmar que: «No hay en la filosofía nada más difícil que establecer cuál es la causa principal y predominante, cuando se presentan un cierto número de ellas como determinantes de un mismo fenómeno. Pocas veces, por no decir ninguna, encontraremos un argumento sólido en que basar nuestra elección». La teoría económica moderna, con su funcionalidad, bordea esta dificultad; los pensamientos de Hume sobre el interés y los beneficios muestran la forma de conseguirlo.
El ensayo de Hume sobre el interés indica la importancia que adjudica a la aparición de una clase comercial e industrial. Conforme la agricultura se vaya complementando con las actividades comerciales e industriales, el efecto demostración hará que los campesinos se vayan convirtiendo en ricos agricultores, al mismo tiempo que la difusión de la propiedad entre las clases comerciales otorgará «autoridad y consideración a estos hombres de rango medio que son la base mejor y más firme de la libertad general». Las clases de Hume son categorías económicas que se distinguen principalmente por las características psicológicas de sus miembros. Los señores, propietarios de tierras, son indolentes y buscadores de placer, los campesinos son ignorantes y carecen de ambición y, entre los comerciantes, «uno de los más útiles tipos humanos», hay una «mayor cantidad de avaros que de pródigos".
Las preferencias de Hume están indudablemente con la clase media, siempre que ésta sea una clase activa y no esté formada por rentistas. Ésta es una de las razones por las que condena con desacostumbrada acritud y firmeza la deuda pública, ya que ve que la mayor parte de ella está en manos de personas ociosas que llevan una vida inútil e inactiva. La práctica de contraer deudas invita al abuso y destacan tres formas posibles de muerte de las mismas: el repudio o «muerte natural» de la deuda, la «muerte violenta», cuando se atiende a la deuda a costa de descuidar funciones vitales del estado y la muerte a manos "del doctor", cuando se pretende atender a la deuda mediante la ayuda de una exacción de impuestos sobre el capital, con lo que se destruirá completamente lo que todavía quede del crédito público. El temor de que los efectos de esta destrucción dure para siempre es, sin embargo, un «espantajo innecesario» ya que «los hombres son generalmente tan incautos que, a pesar del violento golpe dado al crédito público (...) no pasará probablemente mucho tiempo sin que dicho crédito reviva en condiciones tan florecientes como antes (...). La humanidad se deja coger en todas las épocas en las mismas trampas y así puede engañársela una y otra vez, mediante las mismas tretas».
La teoría de la inflación beneficiosa de Hume arranca de un incremento de la cantidad de dinero, producido, por ejemplo, por una balanza comercial favorable. Según la teoría cuantitativa del dinero, el incremento de la oferta monetaria tenderá a producir una elevación de los precios; Hume introduce aquí, sin embargo, una idea nueva: el período de tiempo existente entre el incremento de la cantidad de dinero y el alza posterior del nivel de los precios. En el primer momento, los precios no se elevarán; después lo harán en forma vacilante y en diferentes sectores de la economía. Es en este intervalo de tiempo cuando tienen lugar los efectos beneficiosos de la elevación de la oferta monetaria; dicho beneficio consiste precisamente en la expansión de los ingresos y del empleo producidas por las sucesivas rondas de gastos adicionales. Los exportadores, a los que va a parar el nuevo dinero emplearán en primer lugar brazos extra procedentes de una oferta de trabajo que inicialmente es perfectamente elástica; los trabajadores tendrán más dinero para gastar y de aquí se seguirán una segunda y una tercera ronda de gastos de bienes de consumo, que van elevando sus precios de una forma gradual.
Hume se ocupa, por lo tanto, del tema que Keynes trata en su Tratado bajo el título de «la difusión de los niveles de precios» y al que también Cantillon dedica un cierto número de pasajes. La sorprendente conclusión de Hume de que el incremento de la oferta monetaria elevará la producción y no sólo los precios, se deduce con la ayuda de un análisis de la expansión que no difiere mucho del que ofrece la teoría del multiplicador. Había de pasar mucho tiempo, sin embargo, para que la idea de Hume encontrara una aceptación amplia. Malthus y Ricardo discutieron dicha idea y hablaron de un « efecto mágico sobre la industria», reconociendo que había sido Hume el primero que había hecho dicha observación. Pero, mientras Malthus estaba dispuesto a aceptar la idea, Ricardo se mostraba más dispuesto a criticarla y como la tradición ricardiana fue la predominante, ésta fue la actitud que prevaleció hasta que mucho tiempo después, y bajo la influencia de la Teoría general de Keynes, se extendieron unas ideas similares a las de Hume.
El corto análisis de Hume de los beneficiosos efectos de la elevación de la oferta monetaria fue observado por Keynes con aprobación. Debido precisamente a que Hume resalta en esto, más el camino hacia el equilibrio que la posición de equilibrio en sí misma, Keynes aplaudió lo que él consideraba como un rasgo mercantilista del pensamiento de Hume y le alabó por tener sólo «un pie y medio dentro del mundo clásico». La defensa que hace Hume de los comerciantes estaba también dentro de la tradición mercantilista pero su devastadora crítica de las teorías mercantilistas sobre el dinero, el interés y la balanza comercial hicieron mucho para acabar de desacreditar la posición de aquélla.
En cuanto a su relación con los fisiócratas, la filosofía básica de Hume y sus puntos de vista acerca del papel económico de la clase de los terratenientes, eran tan distintas de los expresados en los escritos de los fisiócratas, que no parece que las obras de Hume hicieran ningún impacto sobre las de éstos. Aunque los Discursos de Hume, publicados en 1752 y traducidos poco después al francés, son cronológicamente anteriores a los trabajos de los fisiócratas, Du Pon de Nemeurs, el primer historiador del pensamiento económico de éstos, no menciona a Hume entre los precursores de la nueva ciencia. Hume conocía personalmente a cierto número de fisiócratas y mantenía una cordial correspondencia con Turgot con el que tuvo un debate sobre las ventajas del impuesto único. Sin embargo, no ocultó la baja opinión que tenía de los fisiócratas y en una carta escrita en 1769 se refiere a ellos como al a grupo de hombres más quiméricos y arrogantes de cuantos ahora existen». Tenía en muy poco su metafísica, su racionalismo y su dogmatismo.
Hume fue íntimo amigo de Adam Smith y éste, también escocés, hizo de albacea literario de Hume, tras su muerte en 1776. Los dos mantuvieron una intensa correspondencia, pero ésta arroja poca luz en tomo a sus respectivas ideas sobre economía. Hume vivió lo bastante para felicitar a Smith por la publicación de La riqueza de las naciones, alabando su «profundidad, solidez y agudeza» pero encontrando defectos en el tratamiento que hace Smith de la renta. Anticipándose en cierta forma a la teoría de la renta de Ricardo, escribió: «No puedo pensar que la renta de las granjas agrícolas tenga nada que ver con el precio de los productos, sino más bien que el precio está determinado tanto por la cantidad como por la demanda».
En La riqueza de las naciones, Smith adopta algunos de los puntos de vista de Hume, pero no menciona, sin embargo, su teoría del movimiento automático de efectivo, omisión ésta que ha intrigado a muchos de los que han estudiado la historia del pensamiento económico. La filosofía utilitaria de Hume, su defensa del individualismo económico, su fe en la compatibilidad entre los intereses de los individuos y los de las naciones y su actitud crítica frente a las ideas mercantilistas y frente a las de los fisiócratas, fueron todas ellas compartidas por Smith. La principal diferencia existente entre ambos se encuentra en sus métodos respectivos. Hume había escogido el camino del empirismo, mientras en el pensamiento de Smith hay mucho de racionalismo abstracto y deductivo, si bien unido en cierta proporción a un empirismo casual. Aunque Smith utilizó las lecciones de la historia, lo hizo en forma más bien incidental y que no obstruyera su objetivo principal: la construcción de un gran sistema de pensamiento abstracto. Para la realización de este objetivo, el método dinámico de Hume no le hubiera servido. El historiador y el teórico siguen caminos distintos para llegar al conocimiento y el camino escogido por el historiador no conduce nunca a un sistema. Incluso aunque Hume no se hubiera visto desalentado a la realización de otros trabajos sistemáticos por la fría acogida que había recibido su Tratado, es dudoso que, siguiendo fiel a su método empírico hubiera podido construir una economía sistemática. Ningún economista que haya practicado el método empírico, ha construido nunca una economía sistemática. Algunos economistas históricos del siglo XIX, prometieron realizar una generalización inductiva del contenido de la ciencia económica basándose en estudios históricos, en cuanto pudieran conseguir que dichos estudios abarcasen las experiencias de toda la humanidad y en todo tiempo y lugar. Como puede comprenderse fácilmente, esta promesa no ha llegado nunca a realizarse plenamente. Como mucho, los economistas históricos han podido conseguir una dasificación de los sistemas, pero nunca un sistema propiamente dicho.
No deberíamos subrayar demasiado la afinidad del método dinámico de Hume, es decir, la importancia que da a los « cambios en las maneras y costumbres de los pueblos» con la forma en que abordaron el tema otras escuelas posteriores de economistas históricos. Hume, un gigante desde el punto de vista intelectual, no se limitó a ser un simple coleccionista de datos y probablemente no le hubiera gustado que se le relacionara con las menos preclaras mentes de la escuela histórica que, en algunos casos, practicaron un ciego empirismo desprovisto de toda adhesión a los grandes principios. Algunos eran estrechos nacionalistas y pocos de ellos hubieran compartido el individualismo, el utilitarismo y el cosmopolitismo de Hume. Entre los economistas institucionales, Veblen se acerca mucho a Hume en estatura intelectual, en las raíces de su pensamiento filosófico y en sus perspectivas escépticas que bordean casi el cinismo. Lo que dijo Veblen de Hume -«estaba dotado de un escepticismo atento, aunque en cierto modo histriónico (teatral), que impregnaba todo lo que admitía»- podría decirse también y con la misma justicia de Veblen.
Obras
Historia amable de mi vida (1734) Biblioteca Nacional de Escocia
Tratado sobre la naturaleza humana (1739–40)
Ensayos sobre moral y política (first ed. 1741–2) .
Cartas de un caballero a su amigo de Edimburgo: Edimburgo (1745).
Investigación sobre el entendimiento humano (1748).
Investigación sobre los principios de la moral (1751)
Discursos políticos Edimburgo (1752).
Incluido en Ensayos y Tratados de muchos asuntos (1753-6)
Cuatro disertaciones: Historia natural de la religión. De las pasiones. De la tragedia. Del criterio del gusto Londres (1757).
Historia de Inglaterra (1754–62)
Historia natural de la religión (1757)
Mi vida (1776)
Diálogos sobre la religión natural (1779)
Referencias
http://www.liberalesargentinos.com/www.wikipedia.com